Diez años después que te vi por primera vez, más uno que me permití
alejarte de mi vida te encontré. Sabía que no era normal ese día, te
presentía, de alguna manera el pasado fue aquel día pantalón, playera,
tenis, sudadera, todo tú. Esos regalos, esas compras e idas de tantos
días, tantos años volvieron a mi piel ese día, no sé por qué, tan sólo
era algo que debía hacer.
Te maldije toda la mañana, a mi
alrededor todo mundo se encargó de recordarte. Me preguntaron por el
primer día en que hicimos el amor, esa tarde tan inocente, y no sólo
eso, sino por todas las noches y todas las formas en que solíamos
ejercer la pasión de nuestros cuerpos. ¿Qué les importaba? pues al menos
más que a ti, más que a mí. Nunca supieron que mis respuestas abarcaban
el último día en que te vi, ese 24 de Abril en Coyoacán, de la mano y
de la bragas de otra mujer, en mi mano y en mi cama. Te detesté, sin
dolerme, sin pensarte, sin amor, eras ya tan repulsivo como yo había
sido tan estúpida. Pero sólo son errores, errores que se remedian y se
pagan.
Salí de aquel lugar esperando no encontrarte, como siempre.
Esta vez no fui con prisa, como aquellos días en que esperaba
encontrarte sin querer verte, esta vez fui como si no esperara nada.
Tenía hambre y busqué un lugar con mi acompañante, comimos, bien,
batante rico y hablamos de ti, y de uno de tus odiados hombres que
pasado el tiempo se había convertido en mi amante. Después caminamos los
empedrados líos de calles sureños, bebimos café y al terminarlo, yo
debía irme. Apresuré a mi acompañante y emprendimos la ida, la vuelta a
casa en medio de la lluvia de Mayo, cruzábamos la calle cuando un
instinto, un llamado me hizo voltear en dirección a un carro donde
estabas tú mirándome fíjamente. Entonces reparé que nuestros ojos
estaban fijos a nosotros como siempre. Eras tú, mi niño, mi amor de
siempre, ahí sentado manjeando tu carro, con tu sudadera de terciopelo
con la que solía abrazarte, eras tan familiar como si sólo tuvieras que
abrirme la puerta para que yo te sonriera, y corriera a abrazarte. Pero
no. Pasaste y un nervio conocido azotó mi estómago como relámpago,
desapareció al terminar de cruzar la calle, y aunque pensé en ti todo el
regreso a casa, fuiste un tema que me preocupaba mucho menos de lo que
alcanzó a preocuparme la política electoral mexicana.
Ya sobre la
Avenida Insurgentes, seguía pensando en ti, ya no te quería, ya no te
adoraba, mucho menos sentía amor pot ti, tu muerte ya no me perturbaba,
pero tampoco te odiaba. -Me eres indiferente- fue mi conclusión. Pero en
el pasado te sigo amando con locura y horror. Gracias que ese tiempo ya
no existe y lo que siento ya jamás volverá a surgir.
Sin
embargo, eso me llevó a algo importante. Luego del fortuito encuentro,
hice una llamada, llamé a mi novio, necesitaba oírlo. Él no sabe de mi
dolor, de cuánto sufrí por aquel amor. Lo escuché y supe que ya no
quería temer, que sólo quería tomar su mano y vivir la aventura con él.
Lo que me lleva a pensar que aprendí a vivir en soledad, a querer a
alguien antes que a necesitarlo. Curé mi enfermedad. Me curé de ti y no
necesité depender de nadie para salvar mi corazón. Ahora sé que si lo
quiero es porque quiero quererlo y esto que siento sin ponerle etiqueta
nace puro y libre como los inicios infantiles.
Él es nuevo, pero lo quiero, ya lo quiero.