Wednesday 23 May 2012

Miles de Hannahs Ardent y Martins Heiddeger caminan por los pasillos de las universidades encontrándose en un mundo paralelo al de la realidad académica. Profesores y alumnas construyen la coyuntura adecuada para hacerse de historias de silencio, grandes imágenes evocadoras que se pierden grises entre sus propias sombras.


De pronto siento algo que llena mis pulmones y ahoga mi pecho. Está en mi estómago como un vacío que se siente, como la ausencia de algo. Es una angustia que extrangula el corazón y pega tumbos en mi cabeza para que comiencen a salir las lágrimas.

¿Valdría la pena decirte cómo te conocí? ¿Decirte el día, la hora? Alguna vez lo mencioné mientras seguíamos en la cama, y no importó. Ahora no, no lo diré.




No puedo callarlo, estoy enamorada, como nunca, como antes, como siempre. Él está conmigo, está en mí. No puedo porque estoy enamorada y no debo, pero equivocarse tiene un sabor tan dulce que pienso ahora que me gusta e tropezarme.
No somos ajenos a los adentros del otro, y sin embargo, no podemos tocarnos, mas que en la constitución de otro adentro: el nuestro.

Bajo la mesa yo quisiera tocarte, como se suele hacer en las cantinas, pero no puedo. Tú en cambio, escribes, dices y esperas. Yo leeo, escucho y sonrío. Nadie sabe ahí qué buscas con tus ojos, nadie sabe ahí que estoy yo, respondiendo a tu aliento o a tus vacíos.

Acercarse es calor, es tan peligroso. Tú tan elegante, dices lo que haces y el mundo parece ir en pie, yo tan primeriza, que no dejo de fingir para no caer. Te alejas cortesmente como en las guerras malhabidas, y yo me derrito al contacto con tu olor, casi sin pensar no puedo despegarme hasta que te vas. Mas tu huída, esa tan fría y natural, miente. No dejaste de imaginarme, me lo dices después cuando nadie está ahí para escucharte, mucho menos yo.