Hoy me mojé bajo la lluvía. Llevaba un paraguas, mas lo cerré y sentí
las gotas frías de lluvia recorrer mi cara, empapar mi cabello. Crucé
los charcos sin mucho afán de timarlos, me deslicé sobre el pavimento
esperando sentir el frío rigor del agua. Mientras caminaba, cantaba e
inevitablemente probaba la acidez de la lluvia, metía mis manos al
bolsillo del saco como si conociera la vida, como si supiera sus trucos y
desperfectos, como si supiese algo, aunque no es así. Escuchaba música,
una canción apasionada que me hacía mover los labios enfurecidos y
decididos, como teniendo un plan, como habiendo tomado una decisión,
como entendiendo el mundo. Cerraba los ojos, al caminar por la estación,
las gotas de lluvia cubrían mis ojos y yo cantaba como se canta con el
estómago y la gente parecía abrirme el paso, se habían echo a un lado al
pasar yo en medio de ellos, me veían extrañados, como si pensaran que
disfrutara la lluvia, como si pensaran que salía de una película de Isabel
Coixe: Necesitando la lluvia. Pero yo me sentía en un video musical,
podía cantar, podía bailar sobre los charcos y decirle al mundo este
dolor profundo, esta desesperación que me come, este no sé qué maldito.
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